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lunes, 16 de junio de 2008

La desazón

Cuánto tiempo sin volver acá, pese a lo reconfortante que resulta el desplegarse en un sitio cómodo.

Ando, ando.

Ando buscando y encontrando. Ando oliendo. Ando entendiendo. Ando sacudida. Estoy cómo Teresa en el Oso Libidinoso, invadida por una triste desazón. Una rara desazón. No se parece a las otras. A los picos vividos.

Es una tranquila y organizada desazón. Es cuándo la certeza te asalta. Cómo si pudieras ver con claridad, sin ufanarte de bruja, lo que te rodea.

Evidentemente, el látigo del tiempo, y las horas del día que no alcanzan me llega. Pero también la seguridad de que se puede hacer todo.

Es cómo me lo explico Maricleen años atrás. Es la anomía viva, vivita, tal cual resaca de caipiriña a las dos de la tarde del día siguiente.

Y lo que me impresiona con más fuerza, es que realmente, todo está bien. Sera un momentum, un espacio de salto.

Recurro a todo lo que sé. Ergo escribo. Ojeo. Leo.

No me queda sino, dar gracias por este momento. Dar gracias por los que a mi lado, aún sin entender me asisten.

Gracias por tanto amor, de tan variados seres.

Gracias por salvarme siempre de lo que no es.

Cuándo resultan estos tiempos sé, que no queda otra que relajarme, respirar, y ponerlo todo en tus manos. Atenta, sin dejar de caminar.

Sino fuera por estos espacios, estás peligrosas sillas, cómo diferenciaría los otros, los momentos brillantes y plenos de luz.